Estaba en forma como el perro de un carnicero cuando me diagnosticaron diabetes hace 45 años.
Jugaba al fútbol y al squash a nivel de condado.
Había perdido un poco de peso sin motivo y tenía una sed excesiva.
Era conductor de camiones y bebía botellas y botellas de limonada todos los días.
Cuando me diagnosticaron la enfermedad, estuve dos semanas en el hospital para estabilizarme y saber cómo controlarla.
Desde entonces, acudo religiosamente a las clínicas de diabetes.
Me tomo la glucemia dos veces al día y, de momento, está bastante bien, ya que es de una sola cifra.
Vives de las comidas y tienes que comer alimentos decentes a intervalos regulares.
Hago mis ejercicios religiosamente para lo que me queda de piernas y muelles y pesas para la parte superior del cuerpo.
Ahora dependo de una silla de ruedas tras perder las dos piernas a causa de la diabetes.
Perdí la pierna izquierda hace ocho años por debajo de la rodilla y, hace dos años y medio, me operaron de la pierna derecha, amputándomela por encima de la rodilla a causa de la mala circulación en los dedos de los pies.
Estoy en silla de ruedas, pero tengo una prótesis en la pierna izquierda y me van a poner una en la derecha, así que espero volver a andar.
Cuanto más me cuesta moverme, más le cuesta a mi mujer Mabel.
Perder las piernas, obviamente, te afecta mucho, pero creo que lo más duro para mí fue perder el carné de conducir debido a mi escasa visión periférica.
He perdido la cuenta del número de tratamientos con láser a los que me he sometido.
Cada vez que te sometes a un tratamiento láser, quedan cicatrices.
Tengo tantas cicatrices blancas en el globo ocular izquierdo que parece una pelota de golf, aunque el ojo derecho no está tan mal.
Espero que el antifaz para dormir pueda detener cualquier daño mayor.
La diabetes te arruina la vida.
Ya me ha quitado las piernas y no quiero que me quite también los ojos.